13. Instrucciones para proteger el amor propio (y una plaza)
Alpedrete ha conseguido que no cambien el nombre de la Plaza Paco Rabal, que iba a llamarse Plaza de España por decisión del alcalde. Esta es la historia de Paco y Asunción. Sobre todo, de Asunción.
La noticia saltó a finales de abril. El Ayuntamiento de Alpedrete quería quitar el nombre de Asunción Balaguer de un centro cultural y el de Paco Rabal (su marido), de una plaza. ¿Por qué? Seguramente porque ambos militaron en el Partido Comunista. Qué importaba su legado cultural, qué tontería. Se llamarían centro cultural La Cantera y Plaza de España (qué original). Un mes y pico después, el alcalde, del Partido Popular y que gobierna junto a Vox, ha dado marcha atrás, después de varias movilizaciones de los vecinos, de la protesta de personalidades de la cultura y, sobre todo, de la insistencia de Teresa y Benito, los hijos de la pareja de actores que se instalaron en este pueblo de la sierra madrileña desde los 80 y vivieron allí hasta la muerte de ambos.
Podría ponerme a hablar de ese revisionismo histórico (y un poco cutre) en el que algunos partidos están empeñados, como si no hubiera mayores urgencias. Podría escribir sobre cómo, según relataba El País, lo que provocó que el alcalde de Alpedrete dejara las placas en paz fue un email de Teresa Rabal a la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso, cantándole las 40 con elegancia: “Hay infinidad de calles, casas de cultura y teatros en España que, independientemente del color político, jamás han tocado nada, es un valor cultural”. No es lo mismo dejar como “no leído” un mensaje de alguien desconocido, que ignorar el tirón de orejas de la familia Rabal. Dicen “la unión hace la fuerza”, y “protestad por las cosas que importan” (que inserte cada uno aquello en lo que crea). Pero la tasa de éxito de cualquier causa es proporcional a la cuota de personalidades o políticos que se impliquen.
Como no quiero que mi visión catastrofista del mundo os amargue (perdonadme, sigo sin digerir los resultados de las elecciones europeas), he pensado en hablar sobre Paco Rabal y Asunción Balaguer. Más sobre ella, en realidad, porque resurgió del olvido cuando todo el mundo creía que nunca volvería a actuar; porque era de una sinceridad aplastante y porque hablar de ella es también hacerlo de cómo hemos ido dejando atrás a aquella mujer que era sólo “esposa de”, la que perdonaba todo por “amor”, la que se sacrificaba sin esperar nada a cambio. Qué horror.
“Camina mejor quien va mirando a las estrellas”. Ese era el lema de la compañía de teatro Lope de Vega, el grupo creado por José Tamayo allá por los cuarenta. Y en esa compañía se conocieron Paco y Asunción. “Qué hermosa estaba. Llevaba un jersey con un cangrejo rojo, nunca se me olvidará”. Así lo recordaba el actor en sus memorias. ¿Un flechazo? Paco decidió hablarle y no se le ocurrió nada mejor que contarle un chiste de catalanes, precisamente a ella, que había nacido en Manresa. A pesar del tropezón, a Asunción empezó a gustarle aquel actor murciano tan guapo de voz grave. Se casaron en 1951. Él era hijo de un minero y ella pertenecía a la burguesía catalana. Y al poco tiempo tuvieron dos hijos, Teresa y Benito. Y Asunción, con un futuro prometedor, aparcó su carrera para ocuparse de la familia. ¿Lo decidió ella? ¿Se lo pidió él? ¿O eran los años 60 y, simplemente, hacía lo que se suponía que tenía que hacer?
Asunción se dedicó a criar a sus hijos mientras Paco Rabal ganaba todos los premios, rodaba con Buñuel, Saura, Antonioni, Chabrol. Asunción trabajaba cuidando el hogar y la economía familiar mientras él viajaba, rodaba y tenía relaciones (muchas) con otras mujeres. Ella estuvo a punto de dejarle pero no lo hizo. Sí le pidió que siempre se lo contara.
En los 80, la pareja se compró una casa en Alpedrete y se instalaron definitivamente allí. Muchos años después les dedicarían una plaza, a él, y un centro cultural, a ella. Y algunos años más tarde quisieron borrar de repente esos nombres que ofendían a nadie. Hubo bastante jaleo, titulares jugosos y al final la cosa se quedó como estaba. Y qué bien.
Pero más allá de Alpedrete, ojalá estas líneas sirvan para despertar la curiosidad por saber qué esconde un nombre propio; aunque ese nombre nos suene extraño o sospechoso, quizá precisamente por eso habría que seguir buscando. Los nombres explican muchas cosas. De (casi) todo puede aprenderse algo. En (casi) todas las palabras hay una vida, un cuento, una idea, un hallazgo.
Nunca es tarde para ser valiente
En 2001, Paco Rabal murió repentinamente. En un momento de sinceridad antes de la despedida, confesó a Asunción que había tenido un hijo fuera del matrimonio; fue lo único que ella no le perdonó.
Y justo después del adiós a quien la había acompañado 50 años, ‘La Balaguer’ volvió a los escenarios. Tenía 75 años pero estaba llena de vitalidad. Recibió numerosos premios de la Unión de Actores y el Premio Max por su papel en un musical, Follies, donde con 86 años cantó, bailó y aprendió claqué.
No era una anciana a la que se mira con condescendencia, sino una superviviente, una mujer despierta, apasionada por lo que hacía, que no dejaba de ponerse retos, de disfrutar, de reír. Todos los días cogía un autobús desde la sierra hasta Madrid y luego otro hasta el Teatro Español, donde interpretaba a Hattie Walker, una mujer que sobrevive a cinco maridos y que decide volver a actuar en un teatro que está a punto de ser demolido. Hattie era ella, agarrándose a su pasión.
“Soy muy feliz ahora, más feliz que cuando era joven”, decía en una entrevista a los 90 años. “Sí, porque en la juventud todo te sorprende. Y no estaba preparada”. Qué extraño. Yo que tantas veces he pensado en la sorpresa como algo bueno, como algo que enciende un estímulo, que aviva un cambio. Que he asociado la sorpresa al descubrimiento que hace abrir los ojos a los niños, entiendo ahora que Asunción hablaba de los golpes que, con el tiempo, aprendes a esquivar.
La actriz falleció en 2019 a los 94 años. “No me gustaba siendo yo misma y deseaba hacer de otras personas. Este es el trabajo más hermoso. Si volviera a nacer, volvería a ser actriz”. La misma Asunción que aprendió a esquivar frustraciones reivindicaba su derecho a vivir todas las vidas posibles, aunque fuera encima de un escenario.
Me gustaría envejecer así. Teniendo siempre sed por descubrir nuevos lugares, amigos, canciones y cuentos, sabores y cielos. Preguntarme, al menos una vez al día, cómo funcionan la política, las estrellas fugaces, la genética, la ciencia de las cosas diminutas que saben tanto de nosotros. Qué cuentan los océanos, qué animales no existirán mañana, cómo se protege este milagro tan frágil en el que vivimos sin tener miedo. O cómo guardar ese miedo en algún sitio pequeño, un cajón, un joyero, algo así, para seguir dando pasos. Y a la vez, envejecer sin olvidar las batallas ganadas, las heridas curadas, los abismos donde no dimos ese salto, la suerte que tuve aquella vez, y aquella y aquella otra también.
Una casa en Murcia
Asunción Balaguer y Paco Rabal tenían una casa cerca de Águilas. De hecho, en el cementerio Virgen de los Dolores, de esa localidad, están enterradas las cenizas de los dos. Y junto a las cenizas, dos copas, una botella de Moscatel, dos cigarros y una campana con la que Paco solía llamar a Asunción. Aún no he decidido si lo de la campanilla me parece gracioso u otra metáfora más de los papeles que cada uno jugaba en el matrimonio.
La casa, que Paco Rabal rebautizó como ‘Milana Bonita’ y que años después de morir la familia vendió, era donde el actor y Asunción escapaban del ruido y se reencontraban con sus amigos más cercanos. Estaba en primera línea de la Playa de Calabardina, larga, de arena fina, muy visitada porque está llena de urbanizaciones.
Mucho más bonita, me parece, es la playa Amarilla, que debe su nombre a su arena dorada, una de las más vírgenes de Águilas. Enfrente está la preciosa Isla del Fraile.
Hace unos años, el diario ‘La Verdad’ hizo un repaso por los lugares que solía visitar Paco Rabal en Águilas, hablando con varios de sus amigos y con miembros de una asociación que organiza rutas dedicadas al venerado actor. “Solía sentarse en un banco en el centro de la plaza de España. Decía que por allí pasaba muchísima gente. Saludaba a todo el mundo, y el que no saludaba porque no lo conocía, se acercaba a él y le preguntaba de quién era hijo», recordaba el presidente de esa asociación. Resulta que Paco Rabal ya tenía su propia Plaza de España, en su pueblo de toda la vida. No necesitaba otra. Otra razón más.