8. Entre el amor y la guerra
Cuando Aquiles era un bebé, su madre, la diosa Tetis, preguntó al oráculo qué peligros le esperaban. "Morirá en la guerra", fue la respuesta. Tetis ideó un plan para protegerlo. No salió muy bien.
Se pone un mito griego en el escenario. Se añade un puñado de actores brillantes y jóvenes. Se deja reposar el texto (casi desconocido) de aquel que llaman Calderón de la Barca. Se espolvorea la mezcla con canciones de mariachis y marchas militares. Se incorpora con cuidado un Aquiles travestido y, pobre de él, enamorado, un Ulises de uniforme obsesionado con las radios y una princesa cansada de que otros elijan por ella. Después, se deja reposar 120 minutos en el patio de butacas. No queda más que maravillarse con el resultado y aplaudir.
Hace una semana fuimos a ver ‘El Monstruo de los Jardines’, representada por la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico bajo la dirección de Iñaki Rikarte. Y menuda sorpresa, porque la obra lo tiene todo: drama, enredos, dilemas, carcajadas, música (a veces, hasta parece un musical de los 60), buenísimos actores y unos versos que, a pesar de estar escritos hace más de 400 años, parecen nuevos. Porque hablan de lugares donde hemos estado. De enfrentarse a lo establecido, de vivir marcados por los miedos que nos trasladan nuestros padres, de disfrazarse para para pasar inadvertido, de que crecer es aprender a renunciar a alguna de nuestras pasiones.
Hoy, la historia de amor la protagoniza Aquiles, el héroe decisivo de la Guerra de Troya, el mismo que nos legó esa conocida expresión sobre la debilidad: “el talón de Aquiles”. Cuentan los poetas que el guerrero era un bebé, su madre, la diosa Tetis, preguntó al oráculo qué futuro le esperaba a su hijo. Se le anunció que si Aquiles luchaba en la guerra de Troya, moriría. Así que Tetis lo cogió entre sus brazos y fue hasta el Hades, el mundo de los muertos, para bañarlo en las aguas del río Estigia y así hacerlo inmortal. Pero para evitar que aquella criatura diminuta y vulnerable no se ahogara, lo sujetó del talón, la única parte de su cuerpo que no se mojó.
‘El Monstruo de los Jardines’ cuenta el episodio de Aquiles en Esciros, que no aparece en la Ilíada, pero sí en ‘Aquileida’, del poeta romano Estacio. Y dice así: La diosa Tetis, para evitar que su hijo muriera en Troya, decide esconderlo, disfrazado de mujer, en la corte del rey Licomedes. Calderón de la Barca nos presenta a Aquiles como un joven que se ha pasado toda la vida metido en una cueva oscura, sin saber lo que es el mar, ni el viento, que no conoce a nadie más que a su madre extraña y llena de secretos.
Cuando Aquiles ve a Deidamía, una de las hijas de Licomedes, se enamora perdidamente de ella. Después de ese flechazo (que se descubrirá correspondido), el joven, cada vez menos salvaje y más sabio, se encuentra con Libio, criado de la corte, y quiere saber qué es eso que le pica en el pecho.
-Ven acá, ¿cómo se llama una dulce pesadumbre, que a un tiempo hiela y abrasa todo el corazón, corriendo desde los ojos al alma?
Y responde Libio: ¿Qué habías visto?
-Una mujer.
Libio: O todas mis ciencias faltan, o esa pasión es amor.
Aquiles tiene más dudas: Luego, después de mirarla, ¿otra más fuerte pasión, hija de aquella, hay contraria? ¿Cómo se llama?
Y Libio: ¿Qué habías visto?
-Que a un hombre se abraza.
Respuesta: Aquesos, se llaman celos.
Y ahora sí, viene un poco de spoiler. Como la profecía decía que Aquiles iba a morir en la Guerra de Troya, Ulises se obsesiona con encontrarlo, por muy oculto (o disfrazado) que esté. Lo necesita para ganar la batalla decisiva. Ego puro. Masculinidad tóxica, un poquito. Y entonces el maestro Calderón de la Barca dibuja a un Aquiles desorientado, debatiéndose entre el amor que acaba de conocer y la llamada de la guerra que vive dentro de él. Y el dilema, más que dramático, casi parece un chiste. Tú sabes que el tipo lo está pasando mal pero no puedes parar de reírte. (Y qué bien reírse en el teatro)
Aunque Calderón habla de un amor fatal y trágico que, afortunadamente, el tiempo ha ido desterrando, el héroe de Troya sobre todo habla de la libertad del ser humano. De cómo cualquiera tiene derecho a elegir (y a equivocarse) por sí mismo, a descubrir todos los cielos que no ha visto, los soles que se ponen cada tarde, las historias de amor y desamor que le esperan. Vivir sin oráculos, ni destinos, ni madres que te sujeten por el talón. Es un Aquiles que recuerda a Segismundo, el inolvidable protagonista de La Vida es Sueño. Los dos están atrapados en la oscuridad y la ignorancia hasta que, un día, salen al mundo y aprenden.
Qué maravilla es aprender para llegar cada vez más lejos. Y qué curioso lo rápido que se nos olvida ahora que cualquiera tiene una opinión elaborada sobre todos los temas y habla sin haber leído, aprendido, pensado.
La orilla de los mitos
Sin dejar la mitología, parece obligada la visita al Mar Egeo, entre Grecia y Turquía, cuyas aguas bañan más de 2.000 islas.
El mar se llama así por el rey Egeo, padre de Teseo, el guerrero que derrotó al Minotauro. Teseo viajó a Creta para matar al monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro que se alimentaba de vidas humanas. Antes de marchar, su padre le hizo prometer que izaría una bandera blanca en su barco si conseguía derrotar al Minotauro. Si fracasaba y moría en el intento, el barco a casa habría de llevar una vela negra.
Teseo, al llegar al laberinto de Creta donde estaba oculto el Minotauro, se enamoró de Ariadna, hermana del monstruo y cuya ayuda fue fundamental para acabar con él. Ella le dio un ovillo de hilo que Teseo ató a una de las puertas del laberinto para poder encontrar la salida una vez hubiera matado a la bestia. Y así fue, después de atravesarlo con su espada siguió el rastro del hilo hasta la salida. Ariadna aceptó acompañarle en su viaje de vuelta a casa de su padre, el rey Egeo. Pero Teseo había olvidado la promesa que le había hecho a su padre y no puso la vela de color blanco. Egeo, al ver el color negro ondeando en el viento, supuso que su hijo había muerto, así que se suicidó tirándose al mar, que desde entonces se llama Egeo.
Y en ese mar azul turquesa está la isla de Esciro (o Skyros), que no es una de las más turísticas en parte porque pertenece al archipiélago algo más alejado de las Espóradas que, en griego significa “las dispersas”. Su superficie, con forma de ocho y donde viven poco más de 3.000 personas, está salpicada de bosques y pequeños valles que llevan a un sinfín de playas de aguas cristalinas. Hay calas para elegir pero aquí va un nombre: Agios Fokas, de arena blanca y resguardada del viento entre colinas de pinos.
Una isla a la que escaparse. Y unos versos donde vivir. Lo decía en una entrevista el director de “El Monstruo de los Jardines”, Iñaki Rikarte. “Hay algo en Calderón que me fascina, que es una ternura honda. Me identifico mucho con eso y cada dos páginas hay un verso en el que te quedarías a vivir”.
Por ejemplo, en esto que dice Aquiles: Antes que viera del sol las luces, antes que viera de los cielos la armonía; de las flores la hermosura; de las aves la belleza y la inquietud de los mares, ya toleraba mi estrella en la fe de la ignorancia. Pero después que los vi y vi que juraba reina de la hermosura a Deidamia, ¿Cómo quieres que otra vez sin ellos viva, y sin ella?
Y añade nuestro héroe, varios versos después: Amor, a mucho te atreves.