1. Primeras veces
Una carta semanal. Una playa a la que escaparse y una historia de amor donde perderse. Todo es real, pero parece un cuento.
“Grabar en mi cuerpo el gusto de la sal / Flotar sobre el mar quieto / Buscar conchas y piedras para mi colección / de fetichismos y recuerdos. / Si pudiera / me quedaría a vivir / en la primera ola que salpica el calor de mi pies / en la risa clara de mi hijo al descubrir / que la arena es siempre infinita”
Si has recibido esta carta es porque te gusta el mar. De vez en cuando, fantaseas con la posibilidad de dejarlo todo y vivir en un lugar donde casi puedas olerlo. También te gustan las historias de amor (¿a quién no?) aunque eso quizás te cueste más admitirlo. El mar y el amor -sea de la clase que sea, como cantan los de Viva Suecia- son los responsables de la magia en nuestra vida. Me hacen soñar, ilusionarme, descubrir.
A ver, es que es casi la misma palabra: A(mar).
Escribí el poema del principio hace unos años, cuando mi hijo descubrió el mar por primera vez. Le envidié, porque su vida estaba (está) aún hecha de primeras veces. Y recordé las mías. La primera vez que tuve miedo en el agua, atrapada en una corriente. La primera vez que me escapé del dolor conduciendo hasta el Cantábrico de todos mis veranos. La primera vez que me bañé desnuda con mis amigas en otra playa, justo antes de empezar la Universidad, justo antes de empezar cada una nuestro propio camino. La primera vez que salté desde un barco a un mar negro e inmenso. La primera vez que me quemé la piel por el sol, también por un amor pasajero. La primera vez que vi amanecer sobre la arena fría. La primera vez que comprendí que aunque nos alejemos del mar, la magia de los cielos rojizos visitará cada tarde todas las orillas. ¿Eso no es magia?
Cada semana recibirás una carta con una ventana a una playa y una historia de amor. Todo es real; yo sólo voy a escribirlo como si fuera un cuento. Es lo único que sé hacer.
Una playa
Su nombre verdadero es Breiðamerkursandur, aunque todo el mundo la conoce como la Playa de los Diamantes. Está en Islandia. Su arena es de color negro y está salpicada de trozos de hielo que se desprenden de un glaciar cercano. Los bloques transparentes que se quedan varados sobre la arena volcánica son de distinto tamaño cada día y su aspecto cambia en función de la cantidad de luz que los atraviesa. Es un lugar tan bello que parece irreal. Y es, al mismo tiempo, una paradoja. El paisaje desaparecerá con los años, derretido por culpa del cambio climático. Al mismo tiempo, nunca habría nacido sin ese imparable ascenso de las temperaturas. El día que caminé por esa playa cogí entre las manos una de aquellas rocas como diamantes gigantes, hasta que me quemaron las manos. Hay algo poético e hipnotizador en las fotografías del hielo. Una recomendación: el perfil en instagram del fotógrafo islandés Benjamin Hardman. Glaciares, osos polares, auroras boreales y volcanes.
Una historia de amor
“¿Qué has hecho en la vida? Estuve a punto de decirle que me la había pasado buscando cosas perdidas y enterrando enamoramientos” (Mercè Rodoreda)
Hija única de un contable y un ama de casa devoradora de libros, la vida de Mercè Rodoreda es fascinante. Dejó de ir al colegio a los 12 años y, siendo muy joven, quedó rendida a los encantos del tío rico de América, el hermano de su madre, con el que se acabaría casando a pesar de los 14 años de diferencia. Sin embargo, Rododera no pudo ser feliz con Joan Gurguí. Era rico pero también muy tacaño y no entendía la pasión por la literatura de su mujer. La vida de casada despertó en la futura escritora un deseo cada vez más fuerte de independencia, de tener un oficio. Así que a diario se escapaba a la antigua casa de sus padres, en concreto a un palomar de color azul, a escribir durante horas. De ahí nacerían decenas de cuentos infantiles que publicaba en revistas; aquel viejo palomar también serviría de inspiración para La Plaza del Diamante, su novela más conocida.
Después, apareció Andreu Nin. Era maestro, traductor del ruso y líder del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista). Mercè se enamoró de aquel joven soñador y carismático que se había atrevido a denunciar en público la degradación de la Revolución Rusa a manos de Stalin y, tal vez por eso, en 1937 fue acusado de conspiración y trasladado a una cárcel en Alcalá de Henares. Su cuerpo nunca apareció. Fue el amor platónico de Rododera; sólo a algunas personas les desvelaría aquella parte de su vida, entre ellas a su gran amiga Anna Murià, que muchos años después, lo contaría en un libro. Mercè y Andreu se enamoraron pero no tuvieron tiempo de convertirse en amantes porque a él lo mataron antes. Nin despertó una pasión tan grande en la escritora que precipitó definitivamente la ruptura con su marido. Él no quería aceptarlo, no comprendía que ella se había enamorado de otro. “Hasta que ella le mostró la única prueba material que tenía: una carta, una sola, que le había escrito Andreu”, escribe Murià. El marido de Rododedra la rompió pero ella recogió todos los pedazos, recompuso esa carta y la guardó durante años. “Y voy por el mundo con una carta desgarrada”, le contó Mercé a su amiga Anna.
Rododera se acabaría convirtiendo en una de las grandes figuras de la literatura catalana. También volvió a enamorarse, fue pareja durante muchos años de otro escritor, Armand Obiols, con el que se exilió en Francia junto a un grupo de intelectuales. Pero hoy rescato aquella historia de amor inacabada, alimentada con una carta que nadie sabe bien qué decía. Y también, una cita de un cuento de Rododera, ‘Carnaval’: “Esta noche, cuando te he conocido, me han dado ganas de inventarme otra vida”.