3. Un mensaje en una botella
En 1955 un pescador recogió una botella en un puerto de Siracusa. Dentro había una nota escrita por un joven sueco que decía: "Por favor, escriba de vuelta".
Érase una vez un marinero sueco asomado en una noche interminable a un transatlántico. Por puro aburrimiento o quizás porque era una de esas extrañas personas que idealizan el amor, nuestro protagonista cogió una botella de cristal y metió dentro un papelito escrito en inglés que decía: “A alguien hermoso y lejano, por favor, escríbeme de vuelta”, junto a su dirección en Gotemburgo y una foto. Luego, lanzó el mensaje al mar. Se llamaba Ake Viking y tenía 20 años. Era 1955.
Aquella botella atravesó el océano hasta llegar a las playas de Siracusa, en Sicilia, donde fue encontrada al cabo de los meses por un pescador que, sin entender ni una palabra de inglés, le pidió ayuda a un cura para traducir la carta. El pescador tenía tres hijas, muy jóvenes, que empezaron a fantasear mirando la foto de aquel sueco tan guapo. A quién no le gusta un buen sueco misterio. Paolina era una de las hermanas. Tenía 17 años. Ella y Ake siguieron escribiéndose y mandándose fotos por correo durante meses, hasta que él viajó a Siracusa.
En 1958 se casaron en una ceremonia a la que acudieron miles de personas. Lo contaron con todo tipo de detalle los periódicos de la época. El vestido de novia regalo de una rica heredera, la enorme tarta de bodas cortesía de la pastelería más veterana del pueblo, el primer tango que bailó la tímida pareja, rodeada de atenciones y hasta de policía. También estaban invitados los dos únicos suecos que vivían en Siracusa, además de otros tantos reporteros de Estocolmo.
Por la tarde, los ya marido y mujer fueron recibidos por el alcalde, que les puso en la mano dos billetes para la luna de miel en Roma y les deseó que comieran perdices. La historia es real, basta con perder un poco el tiempo en el maravilloso mundo de Internet.

¿No está mal la historia, no? Pues lo mejor viene ahora.
Toda una vida
“Creo que me enamoré enseguida”, contaba Paolina, toda una vida después, a los 81 años. “Mi hermana María también estaba interesada, y como era unos años mayor que yo, mis padres creyeron que era más apropiado que fuera ella la que respondiera. Pero mi abuela salió en mi defensa y dijo que yo también podía mandar mi foto y eso hice” (levanta la mano si tu abuela también era la que cortaba el bacalao en tu casa), rememoraba Paolina en una entrevista para una revista sueca, en 2021.
En la primera carta, la familia italiana mandó una breve nota dentro de un sobre con dos fotos, una de Paolina y otra de María. La respuesta del marinero tardó varios meses en llegar y, cuando lo hizo, devolvió la foto de María. “Dijo que le gustaría seguir intercambiando cartas conmigo si me parecía bien, le gustaban mucho mis ojos”, seguía Paolina.
(¿Cambiaría aquello la relación entre las dos hermanas? ¿Le quitaría importancia María o se habría enfadado? Me gustaría saber).
Carreteras y vidas secundarias aparte, el caso es que Paolina y Ake siguieron enviándose promesas por carta durante dos años. A medida que se conocían y el deseo empezaba a salirse de los márgenes, el cura dejó de traducir (ups) y empezó a encargarse de aquella misión una enfermera danesa que vivía en Siracusa. Hasta que, como ya dijimos antes, en 1958 Ake atravesó medio mundo para pedirle a Paolina que se casara con él.
A los padres de Paolina, el famoso sueco, que llegó con un diccionario de italiano debajo del brazo, les cayó muy bien y dejaron que su hija se mudara con él con una condición, que dejara de ser marinero. La pareja se estableció en una granja familiar en Gotland, que también es una isla, aunque mucho más deshabitada que Sicilia, llena de ovejas y de acantilados. Ake empezó a trabajar como cocinero y Paolina, que ya se iba soltando con el sueco, en una residencia de ancianos. Compraron una casita y tuvieron dos hijas, Britta y Sabina. Ake murió de un infarto cerebral en 2001.
“No me he arrepentido ni por un segundo de haber viajado a Suecia y estoy muy agradecida por la vida que tuvimos. Le echo de menos cada día”, contaba Paolina en la entrevista, (bendito traductor de Google), antes de añadir que una de sus nietas estaba estudiando italiano y tenía un sueño, viajar con su abuela hasta Siracusa, para conocer el lugar donde empezó todo.
No sé si finalmente Paolina y su nieta viajaron a Sicilia. He escrito (sin respuesta de momento) a la periodista que entrevistó a Paolina para decirle que es una historia preciosa y que me habría encantado conocer a aquella joven de pelo oscuro de cuyos ojos se enamoró Ake, y saber en qué lugar de la casa guarda la botella y todas esas cartas, si no echó nunca de menos su otro mar, el Mediterráneo, a su familia, a su hermana María. Si seguía soñando por las noches en italiano, si juntos, ella y Ake, habían vuelto a escribir un mensaje en otra botella y la habían lanzado quizás al mar Báltico, por ver si llegaba a algún sitio.
Me tengo que despedir con una playa, es la promesa de los martes. Perdonadme que sea tan obvia pero he elegido la playa más bonita y fotografiada de Sicilia, completamente blanca, con un acantilado que tiene forma de escalera ondulada, fruto del paso del tiempo.
La escalera de los Turcos
Visité Sicilia un verano hace unos doscientos mil 12 años. Iba con mi amiga Blanca, compañera predilecta de aventuras porque, entre otras virtudes, es la persona más organizada del planeta. Cuando viajas con ella nunca tienes miedo a quedarte sin un sitio para dormir, lo cual es de agradecer. Como éramos jóvenes y nos creíamos inmunes al calor de agosto, elegimos un mediodía cualquiera de 40 grados para visitar la Scala dei Turchi. Creo que nunca me ha sabido tan a gloria un baño. Recuerdo el color blanco y resplandeciente de las piedras con forma de escalera y a la gente sentada allí, como si fuera un balcón, contemplando el horizonte.
Fue un viaje especial, a mi me acababan de romper el corazón en mil pedacitos y aquella semana en Sicilia dejé de estar triste. Me curó esa isla llena de rincones preciosos, me curaron las conversaciones infinitas con Blanca, ver el lugar donde se rodó Cinema Paradiso, estar a punto de perderme en pleno Etna y comer platos gigantes de pasta alla Norma (berenjenas, tomates, albahaca fresca y ricotta, tan fácil y tan rico) que fueron la base de nuestra alimentación aquellos días. Aún suspiro recordándolos.
Posdata: Un poema
Si habéis leído hasta aquí, os abrazo muy fuerte. Gracias. Espero que os haya gustado la historia de Paolina y Ake y que estéis soñando con viajar a Sicilia o a la isla de Gotland.
Me despido con un poema de Cristina Peri Rossi que viene a quitarle a todo esto un poco de romanticismo. Y eso está bien, volver a poner los pies en la tierra, o mejor dicho, en la orilla. Soñar, pero no a todas horas. Amar, pero quizás no tanto como para no volver nunca al lugar donde nacimos. Pero escribir, sí, eso siempre, escribir tiene que hacerse como se lanza una botella al mar.
Se escribe / como se lanza botella al mar / soñando con una playa / un lector, una lectora
Pero cuando por azar de los vientos / y la conjunción errática de las mareas / la botella navegante llega a la orilla y alguien la recoge / -lee el mensaje- / hay que confesar: quien envió el mensaje / está ya en otra cosa